(Acerca de los buenos modales y de cómo los otros reflejan nuestras propias actitudes)
Este es un cuento tradicional. Es decir, es un cuento que ha sido contado muchas veces, por montones de personas, desde hace bastante tiempo. Y que cada uno lo cuenta un poco como se lo contaron, un poco como se lo acuerda y un poco, también, como se le da la gana.
Esta es la manera en la que me gusta contarlo a mí:
“Un vendedor ambulante llevaba diez sombreros sobre su cabeza, para ofrecerlos en el mercado del pueblo. Como era temprano y hacía calor, decidió detenerse a descansar bajo un árbol y se quedó dormido. Nueve monos, que estaban en las ramas, bajaron sigilosamente y tomaron un sombrero cada uno, se lo pusieron sobre sus cabezas y rápidamente volvieron a trepar al árbol. El movimiento de los monos despertó al vendedor, que se enojó muchísimo al ver que sólo le quedaba un sombrero en la cabeza.
–¡Devuélvanme mis sombreros! –amenazó agitando con vehemencia el sombrero que le quedaba.
Los monos, divertidos, también revolearon cada uno el propio con el puño cerrado.
–¡Sinvergüenzas! ¡Estoy muy enojado! ¡No se burlen! –gritó entonces el vendedor refregando con ira el sombrero entre las manos.
Una vez más, los monos imitaron todos sus gestos, pero no le devolvieron nada. Simplemente repetían todo lo que le veían hacer y se entretenían de lo lindo.
El hombre, viendo que no estaban dando resultado sus intentos, pudo calmarse un momento y pensar en una solución. Con gestos de lo más amables, (de esos que a todos nos gustan y nos hacen sentir tan bien), tomó su sombrero y lo apoyó con toda suavidad en el pasto. (Ni un bailarín lo hubiera hecho con más delicadeza).
Los monos, entonces, realmente se transformaron. Parecían todos ellos delicadas damiselas y caballeros finos y correctos. Con los mejores modales (esos que todos esperan que tengamos con ellos), descendieron con suavidad de las ramas y cada uno a su turno, apoyaron los sombreros prolijamente en una linda pila, arriba de los del sombrerero.
A toda velocidad, el hombre juntó todos los sombreros y se alejó sonriente y satisfecho, silbando una canción muy conocida que dice así: Debemos ser, debemos ser, debemos ser el cambio que queremos ver.